Elizabeth Bishop

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Poeta, cuentista y traductora. Pese a tener una obra muy corta (su poesía ocupa poco más de doscientas páginas) ha recibido múltiples honores por ella, desde el Pulitzer hasta ser Poeta Laureada (en Estados Unidos eso significa ser el asesor en poesía de la Biblioteca del Congreso). Ha sido etiquetada como "icono de la poesía lesbiana" signifique eso lo que signifique.
No le gustaba hablar de su propia poesía “porque repiten siempre que tengo influencias de Marianne Moore, y esto no sucede más que en cuatro o cinco poemas”, y “porque hablan casi exclusivamente de mis imágenes y también tengo algunas ideas”.
La versión de los poemas es la de Ulalume González de León (la versión de "El iceberg" fue revisada por la propia autora).


El iceberg imaginario
Mejor el iceberg que la barca,
aunque significara el final de nuestro viaje,
aunque permaneciera inmóvil como una roca de nube
y todo el mar fuera mármol en movimiento.
Mejor el iceberg que la barca,
mejor ser amos de esta palpitante llanura de nieve
aunque las velas se postren sobre el mar
como nieve que yace sobre el agua sin disolverse.
Oh solemne campo flotante,
¿te das cuenta?: un iceberg reposa en ti
y podría apacentarse en tus nieves cuando despierte.

Por este escenario daría sus ojos un marinero.
La nave es ignorada. El iceberg se yergue
y vuelve a sumergirse; sus pináculos cristalinos
corrigen elípticas por el cielo.
En este escenario, aun quien frecuenta las tablas
es de una torpe retórica. El telón, tan ligero,
podría ser levantado por las más finas cuerdas
que con sus etéreos torzales ofrece la nieve.
Con sus agudezas, los blancos picos
provocan al sol. Su peso atreve el iceberg
por el cambiante teatro, de pie, vigilante.

Este iceberg labra sus facetas desde adentro.
Como las joyas de una tumba,
perpetuamente se conserva: adorno
de sí mismo tan sólo —o tal vez de esas nieves
tan sorprendentes sobre el mar tendidas.
Adiós, adiós, decimos. La nave zarpa hacia el sitio
donde olas a más olas y a más olas se rinden
y las nubes se deslizan por un cielo más cálido.
Los icebergs exhortan al alma a que los vea
(ya que se nutren ambos de los menos visibles elementos)
corpóreos, limpios, erguidos, indivisibles.


Pequeño ejercicio
Piensa en la tormenta que ronda por el cielo
como un perro en busca de un lugar donde dormir
escucha cómo gruñe.

Piensa cómo ha de verse el cordaje del mangle
tendido allí afuera e insensible al relámpago
en oscuras familias de fibras ásperas,

allí donde a veces una garza se despeina,
sacude sus plumas, hace un incierto comentario
cuando a su alrededor el agua brilla.

Piensa en el bulevar y las pequeñas palmeras
clavadas en fila, que se revelan de improviso
como puñados de flexibles peces —esqueletos.

Está lloviendo allí. El bulevar
y sus rotas aceras con hierbas en cada ranura
sienten el alivio de estar mojados, y el mar de refrescarse.

Ahora la tormenta vuelve a alejarse en una serie
de minúsculas, mal iluminadas escenas de batallas,
cada cual en “Otra parte del campo”.

Piensa en alguien que duerme en el fondo de un bote,
amarrado a las raíces del mangle o al pilote de un puente;
piénsalo indemne y apenas perturbado.


Invitación a Miss Marianne Moore
Desde Brooklyn, por encima del puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida,
      por favor ven volando.
En una nube de substancias químicas,
ardientes y pálidas,
      por favor ven volando
al rápido redoble de miles de tambores
pequeños, azules,
que bajan desde el cielo aborregado
por las graderías resplandecientes
de las aguas del puerto,
      por favor ven volando.

Silbatos, gallardetes y humo estallan. Las naves
se hacen señales cordiales con multitud de banderas
que se elevan y se abaten sobre la bahía como pájaros.
Entran en escena dos ríos: graciosamente,
portan diáfanas, pequeñas, innumerables aguamares
en centros de cristal de roca sobrecargados de cadenas de plata.
Será un vuelo seguro. Que haya buen tiempo
es asunto arreglado. Las olas
corren en verso esta espléndida mañana.
      Por favor ven volando.

Ven: con zapatos negros que despidan
por las puntas, afiladas un destello de zafiro;
con una capa negra de alas de mariposas
y de ocurrencias; con sabe Dios
cuántos ángeles montados en la negra
y ancha ala de tu sombrero.
      Por favor ven volando.

Trae contigo un ábaco, musical, inaudible,
y un ligeramente reprobatorio entrecejo
y unas cintas azules.
      Por favor ven volando.

Hechos y rascacielos relumbran en la marea;
Manhattan, esta espléndida mañana,
está empapada en buenos principios. Entonces,
      por favor ven volando.

Montada en el cielo con innato heroísmo,
por encima de los accidentes y las películas inmorales,
por encima de los taxis y las injusticias de toda especie,
mientras soplan los cuernos en tus lindos oídos
que simultáneamente escuchan una suave,
no inventada música apta para almizcleros,
      por favor ven volando.

Tú, por quien se comportan los más rígidos museos
con igual cortesía que el gasta-reverencias
ave-macho; a quien esperan los afables
leones que descansan sobre la escalinata
de la Biblioteca Pública, ansiosos
por saltar y seguirte puertas adentro
hasta la sala de lectura,
      por favor ven volando.

Con dinastías de construcciones en negativo
que se vayan tornando ininteligibles
y caigan muertas a tu alrededor;
con una gramática que de improviso vire y brille
como el plumón de las aguanieves en pleno vuelo,
      por favor ven volando.

Ven como una luz por el cielo blanco
y aborregado, como un diurno
cometa provisto de una larga,
no nebulosa cola de palabras;
desde Brooklyn, por encima del Puente
de Brooklyn, en la mañana espléndida
      por favor ven volando.

This entry was posted on 15 agosto 2013 at 20:16 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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